No tengas miedo a fracasar, enfréntate a tus retos.

El miedo a fracasar y a quedar en evidencia es muy humano. Ante esto, cuando te toca el turno de salir ahí fuera a afrontar otro desafío y te surgen las dudas propias de la inseguridad ante lo nuevo, parece que algo te empuje a maldecir el momento en el que accediste a aceptarla, incluso llegas a preguntarte el porqué no te has quedado haciendo lo que hacías antes; ahí atrás…, acurrucadito en tu área de confort y casi libre de todo mal…

Piensas que habría sido mejor el abandonarte en un rincón, ese que crees controlar, y dejar que sean otros los que salgan al campo de batalla, que sean otros los que hablen, los que compartan, los que tomen la iniciativa… En definitiva, te ves tentado a rechazar los retos y sus riesgos, a evitar tener que pasar por el mal trago de la decepción, de quedar en evidencia, de sufrir la sensación del ridículo…

Pero no lo haces…, tú te niegas a renunciar, no te echas atrás y decides enfrentarte a todos esos temores. No te permites ceder ni por valentía, ni por arrojo, ni por afán de protagonismo…, lo haces por coherencia y responsabilidad. Por coherencia porque te presentaste ante tu gente como profesional y porque tu responsabilidad es no decepcionarlos.

Te dices a ti mismo que esa coherencia supone la obligación de aprovechar las oportunidades que se te ofrezcan para poder aportar valor al proyecto en el que decidas comprometerte, que de ningún modo podemos desperdiciar oportunidades de mejorar lo que hacemos. Sabes bien que los retos no solo suponen un riesgo de fracasar ante los demás, también es una oportunidad de todo lo contrario. Es tu ocasión para contribuir al objetivo común que compartes con los que han decidido confiar en ti, de reforzar tu propia imagen personal, de acrecentar el respeto y seguridad en ti mismo.

Si todo fuese tan fácil como eso, seguramente no sería necesario hablar de ello. Lo cierto es que no hay reglas fijas para adquirir seguridad en uno mismo, ni recetas mágicas para el éxito en la mejora personal. Por descontado, yo tampoco sé exactamente cómo debemos actuar, pero sí creo que el primer paso debería ser el sincerarse con uno mismo y hacerse preguntas correctas con respuestas honestas.

Preguntas como cuál es el valor real de mi contribución o hasta qué punto ese valor tiene un impacto positivo para el objetivo que comparto con los demás. Debería preguntarme si ese valor representa todo lo que realmente puedo hacer o si tal vez podría hacer alguna cosa adicional para incrementarlo.

Supongo que la motivación tiene mucho que ver con esto, aunque ciertamente esa motivación tiende a ser más limitada a medida que bajamos en el escalafón de responsabilidades dentro de la estructura de una empresa. No obstante, no hay puesto en una empresa bien estructurada que no tenga una razón de existir; desde el puesto del gerente hasta el del último auxiliar. Todos tienen un cometido necesario para alcanzar el objetivo común y ese cometido va más allá de la simple labor asociada a ellos, ya sea en la gestión de un pedido, en la puesta en marcha de una máquina, en el mantenimiento de la planta o en la propia dirección de la empresa; todas estas posiciones también tienen la responsabilidad de detectar áreas de mejora en su entorno, proponer soluciones a los problemas e incluso implementarlas. Debemos hacerlo…, puesto que somos los mejores conocedores de las particularidades de la labor de la que somos responsables y por consiguiente, los primeros que deberíamos hacer propuestas que aporten valor añadido a nuestro trabajo.

El valor añadido…, ese “extra” que podemos aportar individualmente es muy importante, ya que es el combustible del que se alimenta nuestra empresa para ser competitiva. El valor añadido contribuye a diferenciar nuestra propuesta y a alejarnos de la mediocridad…, y de la mediocridad hay que alejarse como de la peste.

Hablaba antes del miedo ante el fracaso, del miedo a hacer el ridículo ante una decisión equivocada y del quedar en evidencia por ello. Personalmente yo tengo más miedo a la mediocridad que a hacer el ridículo. Y es que el quedar en ridículo o en evidencia por fracasar ante un reto o por intentar cambiar las cosas para mejorar es algo a lo que todo profesional se debe enfrentar muchas veces a lo largo de su vida. Sin embargo, lamentablemente hay quien por miedo al fracaso y al ridículo acepta la mediocridad como camino y con ello se convierte en simple elemento ornamental perfectamente prescindible.

De hecho, la mediocridad es una concesión que las personas nos permitimos para justificarnos a nosotros mismos cuando no queremos hacer más o mejorar lo que hacemos aún siendo conscientes de que somos capaces de ello, ya sea porque creemos que no sirve de nada, porque no nos lo valoran, porque los demás no lo hacen o porque simplemente no nos apetece.

Deberíamos acostumbrarnos a movernos siempre lo más cerca posible de nuestros niveles de incompetencia, pero jamás acomodarnos por debajo de ellos; debemos intentar alcanzarlos y tratar de superarlos siempre. No se consigue la excelencia actuando con el ritmo del mínimo esfuerzo, sabiendo además que ese ritmo está por debajo de nuestras capacidades.

Nuestro camino debería estar siempre orientado hacia la excelencia en todo lo que hacemos y hacer de ello casi un modo de vida. No obstante, en realidad la excelencia no se alcanza nunca; la excelencia es únicamente un horizonte al cual decidimos dirigirnos o no. Y no existe un manual de instrucciones que nos lleve allí, lo que sí existen son ciertas pautas que nos pueden marcar el camino.

Ante todo, debemos marcarnos la META. Nuestra meta debe ser ambiciosa pero realista, no una quimera que probablemente no podamos alcanzar jamás y que nos llevará al fracaso y a la frustración, algo que no nos interesa.

Otra pauta es el CONOCIMIENTO. Pero no únicamente el que hace referencia a nuestra formación académica o experiencia profesional, sino al conocimiento de nuestro entorno: el de nuestro equipo de trabajo, el de sus fortalezas o debilidades y el de las nuestras, el de nuestros competidores, el de las necesidades de nuestros clientes, el de sus prioridades y expectativas, el de la realidad del mercado… Necesitamos información a tiempo real, es preciso conocer y comprender el escenario donde estamos.

También necesitamos de un PROCEDIMIENTO. No podemos hacer el camino como pollos sin cabeza. Es necesario trazar la ruta, establecer puntos de control y protocolos de actuación, es necesario saber hacia dónde vamos y cómo vamos a recorrerlo.

Necesitamos RECURSOS. No solo los tecnológicos, también los humanos; los que tienen que ver con el compromiso y motivación de las personas ante el objetivo, su aportación en el trabajo en equipo…

Y finalmente la ACTITUD. La actitud es el factor más importante de todos. Podemos tener mucho conocimiento, un procedimiento bien elaborado y unos recursos suficientes, pero si no tenemos actitud probablemente fracasaremos.

Ciertamente hay personas que pueden contar con un elevado nivel de formación y con varias carreras e idiomas, pero a veces también con una actitud deficiente, con poco compromiso en el trabajo en equipo, nula ambición por mejorar y aceptar retos o con la única perspectiva de mantenerse en un determinado puesto cuanto más tiempo mejor. Estas personas pueden alcanzar buenas posiciones profesionales, pero teniendo en cuenta la realidad actual, probablemente acabarán muy por debajo de las expectativas que se espera de ellas. Por el contrario, la actitud positiva, la disposición a asumir retos para tratar de aportar valor y a comprometerse en el objetivo de superar los límites, la ambición por mejorar y contribuir más y mejor, puede llevar a cualquiera, independientemente de su formación académica, a un alto nivel de liderazgo.

Estamos ante un cambio del modelo profesional que sin duda nos obliga a cambiar también nuestra percepción de nosotros mismos y nuestra actitud. La actitud es una medicina poderosa, algo que debemos cultivar ante la necesidad de adaptarnos a un entorno cambiante, a un mercado cada vez más exigente y a una revolución tecnológica que empieza a superar nuestra capacidad de entenderla y de asimilarla.

Pero hay más pautas a tener en cuenta en la eterna búsqueda de la excelencia en lo que hacemos y sin duda el TALENTO es una de ellas; la capacidad de aprender y de aplicar lo aprendido, nuestra habilidad en hacer cosas relevantes a través del conocimiento adquirido a lo largo de muchos años de esfuerzo. También nuestra capacidad de INNOVAR, de crear y renovar lo creado para mejorar el resultado; de avanzar continuamente en lo que somos capaces de construir. El ser PROACTIVOS…, tomar la iniciativa, ser audaces, no tener miedo sino ambición por aprender, mejorar y crecer. Debemos ser FLEXIBLES, por que nuestro escenario es cambiante, muy activo y complejo. Ser capaces de adaptarnos al entorno y de actualizarnos continuamente. Y por supuesto, debemos ser PERSEVERANTES y firmes en nuestra convicción de que no debemos conformarnos con los éxitos obtenidos; hay que continuar.

Todas estas pautas son fundamentales para conseguir nuestro objetivo, pero no hay metas alcanzables, éxitos individuales o colectivos, retos que podamos enfrentar que no requieran el tener PASIÓN por hacerlo. Personalmente se me hace imposible participar en un proyecto que no me apasione; es como engañarse a sí mismo y engañar a los demás. Sientes PASIÓN por participar en algo cuando crees que puedes contribuir en su éxito, por eso es tan importante el ser honestos con nosotros mismos y conscientes del valor real de nuestra contribución individual; porque si entendemos que esa contribución no está a la altura, debemos ponernos a trabajar inmediatamente para mejorarla. Pero si aún así nos vemos incapaces de hacerlo por que entendemos que hemos llegado finalmente a nuestro particular nivel de incompetencia, tal vez sea el momento de cambiar de proyecto profesional y de buscar otro al cual podamos aportar valor y seguir creciendo en nuestro afán de alcanzar ese deseado horizonte de excelencia.

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